Era un chico callado, tímido, reservado. No se le daba bien socializar con otros jóvenes de su edad; era para el mundo una persona fría, desconfiada, arisca y de poco trato. Para todo el mundo menos para mi.
Le conocí una tarde fría de otoño en una convención de cultura japonesa, e inmediatamente nuestros tercos y recelosos corazones sufrieron una inevitable transformación: Era algo nuevo, extraño y sensacional.
Sus ojos dorados, abominables para el resto del mundo, cautivadores para mi, me inducieron a un estado dulce e hipnótico. Los notaba sobre mi, escrutando cada milímetro de mi ser. Sentía mi traje negro apretarse cada vez más a mi cuerpo, como si la corbata me ahogase y la chaqueta del uniforme me fuese tres tallas pequeña. ¿Era esto lo que las personas denominaban Amor? Pronto lo iba a descubrir y las pulsaciones de mi corazón eran proporcionales a los nervios que sentía por volver a verle.
Joven, inexperta e insegura me lance a la búsqueda de aquel muchacho de ojos dorados y tez pálida que según pude averiguar por boca de unas chicas de un curso inferior al mio, se llamaba jeffer, aunque todos lo conocían por fausto por sus peculiares gustos musicales y su amor por la ópera y la música clásica. Otra alumna de 3ro me advirtió que aquel era un chico solitario y que repudiaba la compañía de los demás. Aparte de hacerme una lista sobre sus peculiaridades o rarezas como denominó la misma.
Con su nombre en mi haber, y una seña sobre sus gustos con respecto a la música, comencé cada día a escuchar a los grandes maestros de la ópera, que si un día sopranos, otro día divos... hasta que me sentí lo suficientemente preparada y culturizada para acercarme al sujeto de mi obsesión; porque preferí autodenominarlo de aquella forma que no llamarlo Amor.
Con las piernas temblando y un hilo de voz le pedí una cita para ir a tomar un café (aunque yo prefería el te) a una cafetería que había cerca del centro comercial, que no era algo muy moderno, pero su estilo bohemio tenía un gran encanto. Para mi sorpresa acepto y me dedico la que yo creía una de las sonrisas más dulces que hubiese visto jamas. Al día siguiente después de clases iríamos juntos. Todo fue a pedir de boca.
Así pasaron los meses, y largas conversaciones telefónicas, extensos e-mails, e insistentes mensajes al móvil me convirtieron en la chica más feliz del mundo. No tardaría en descubrir la maldad concentrada que esconde este mundo.
Así pasaron los meses, y largas conversaciones telefónicas, extensos e-mails, e insistentes mensajes al móvil me convirtieron en la chica más feliz del mundo. No tardaría en descubrir la maldad concentrada que esconde este mundo.
Una noche de invierno volviendo del cine, fuimos acosados por unos tipos que parecían no estar en sus cabales. Ellos se pusieron violentos conmigo y el intentaba defenderme de aquellos desgraciados. En un forcejeo por intentar librarme de uno de ellos, el compañero sacó una navaja y la clavo en su estómago. Luego salieron corriendo asustados como ratas que eran. La sangre emanaba de la herida y mis lágrimas besaban su pálida cara, mientras gritaba a vivas voces para que alguien nos socorriese. Algunas ventanas fueron abiertas, curiosos que contemplaban la escena, pero ninguna ayuda. La noche oscura se nos comió y mis amados ojos dorados se cerraron para siempre.
Aún hoy te busco en silencio por esta amarga y tierna oscuridad, aún hoy me paso las noches esperando tu regreso y un nuevo beso que me quite este sabor a sangre de los labios, porqué no hay sabor más preciado que el de tus labios. Vuelve y demuéstrame que no soy un monstruo.